La situación en Francia

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Textos de congreso de Lutte Ouvrière - Diciembre de 2025
Diciembre de 2025

La crisis política alcanza su máximo

En Francia, el personal habitual de la burguesía ya no sabe cómo gobernar. Desde junio de 2024, cuando se disolvió la Asamblea Nacional y se convocaron elecciones anticipadas, ha habido cuatro primeros ministros, 90 ministros nombrados, 62 días con un primer ministro en funciones, 114 días con gobiernos en funciones. Tras un primer gobierno que sólo duró 14 horas, Lecornu encabeza un segundo equipo que sólo puede durar y hacer aprobar los presupuestos desmembrándose entre Los Republicanos (derecha) y el Partido Socialista.

Ambos partidos tienen más que perder de lo que pueden ganar si se repiten elecciones, con lo cual mantienen vivo a Lecornu. Sin embargo, no quieren que se note su papel de salvadores de un gobierno que puede hundirse en cualquier momento llevándoselos en el naufragio. El más mínimo incidente, la más mínima declaración o cualquiera encuesta pueden llevarlos a dejar caer al gobierno, y así provocar la disolución que viene reclamando RN, el partido de Le Pen. Por su parte, LFI, el partido de Melenchon, pide la destitución de Macron y una presidencial anticipada.

Para su gran disgusto, la burguesía constata la mezquindad y la irresponsabilidad de su personal político, incapaz de mantener la gestión corriente del Estado burgués haciendo aprobar los presupuestos. El presidente de la república, los ministros y los jefes de partidos, quienes se supone que gestionan el caos y las contradicciones de la anarquía capitalista, en realidad añaden imprevisibilidad y discordia en la cúpula del aparato político del Estado.

Para los grandes empresarios, que siempre aspiran a jugar en la primera liga, aunque Francia ya no sea más que un imperialismo de segunda categoría, lo peor es no tener en la cúpula del Estado un “consejo de administración” estable, que los ayude a enfrentar a sus competidores internacionales. En tiempos de competencia capitalista desenfrenada por el acceso a los recursos, las tecnologías y los mercados militares, la gran burguesía francesa debe conformarse con un gobierno estancado en su mezquino juego político.

Lecornu y los macronistas, quienes enarbolaban su trofeo de la jubilación a los 64 años, se han visto obligados a pausarla hasta la próxima elección presidencial para mantenerse en el poder. El coste de una segunda disolución sería superior al producido por la pausa en la reforma, según dicen. Asimismo, tienen que negociar con los socialistas un simbólico impuesto a los más ricos. A la burguesía no le hacen gracia esas concesiones, aunque se vean limitadas y más que compensadas por otros ataques contra la clase trabajadora.

La clase capitalista exige por parte de sus políticos una guerra social sin piedad

Hasta la fecha, la burguesía no se ha quejado de Macron, cuya política le ha venido bien para soportar la crisis sin dejar de enriquecerse considerablemente. Las ganancias, los dividendos y las cotizaciones bursátiles han batido récord en los últimos años. Los 500 más ricos han duplicado su patrimonio desde 2017, y el club de las familias milmillonarias pasó de 39 entonces a 145 hoy día.

Semejante balance le debe mucho a Macron, quien lideró la guerra social en varios frentes: bajada de impuestos de la burguesía, subida de las subvenciones a la patronal, ataques contra el derecho laboral, contra el subsidio de desempleo y las pensiones, despidos facilitados… Y eso sin que la clase trabajadora enseñe los dientes, ni siquiera en 2018 con el movimiento de los Chalecos Amarillos contra la subida de los precios de la gasolina o en 2023 contra la reforma de las pensiones.

La burguesía quiere seguir con la ofensiva anti obrera. “El compromiso parlamentario” es la condición de la supervivencia política de Lecornu, pero la lucha de clases es una necesidad de la burguesía francesa. Al principio del siglo 20, y después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se abrían nuevos mercados con nuevas fuentes de enriquecimiento, la burguesía aceptó pactar compromisos con la clase trabajadora, devolviéndole parte de la plusvalía bajo la forma de subsidios de desempleo, pensiones, hospitales públicos y ayudas diversas por parte de las administraciones locales o las asociaciones subvencionadas por el Estado.

Hoy en día, hay poca riqueza nueva creada, con un crecimiento muy bajo del PIB – en torno al 1,2% en 2024 y el 0,9% en 2025. La economía funciona como un juego de suma cero: lo que la burguesía acumula, se lo roba a los explotados y las clases populares. Sólo puede incrementar sus ganancias aumentando la explotación, el robo a los consumidores al subir los precios y el saqueo de las arcas públicas. La explosión de las ganancias y las grandes fortunas se paga con los sueldos bloqueados, más precariedad, más inflación y más deuda pública.

La deuda: producto y a la vez agravante del declive de la economía francesa

El estancamiento crónico de la economía francesa y el carácter cada día más parasitario de la burguesía vienen reflejados en la crisis de la deuda pública. El endeudamiento público ha superado los 3,4 billones (millones de millones) de euros, o sea el 115% del PIB. Se disparó tras la crisis de los subprimes de 2008, cuando Sarkozy movilizó 360.000 millones de dinero público para rescatar a los bancos y las grandes empresas. Superó otro nivel con la pandemia del Covid en 2020 y 2021, cuando Macron gastó 424.000 millones para mantener a flote a la clase capitalista a pesar de la brutal desaceleración económica.

Antes de suicidarse políticamente, Bayrou (ex primer ministro) explicó que el billón (millón de millones) de euros de deuda creada entre 2016 y ahora no había servido para invertir, sino para gastos corrientes, o sea una perfusión de dinero público para la gran patronal. Buena parte de estas ayudas, entre 211.000 y 270.000 millones de euros anuales, han ido a parar en los bolsillos de los accionistas y multimillonarios.

En 2024, el pago de los intereses de la deuda pública alcanzó 58.000 millones de euros; será de 69.000 millones en 2025 y se prevé que en 2028 supere los 100.000 millones de euros. El endeudamiento público es un mecanismo mediante el cual el Estado devuelve a los poseedores de capital una parte de la riqueza nacional. Marx ya expuso este robo institucional escribiendo irónicamente: “La única parte de la supuesta riqueza nacional que realmente entra en la propiedad colectiva de los pueblos modernos es su deuda pública.” (El Capital, 1867)

Hoy en día, casi todos los políticos de la burguesía nos presentan la deuda como algo perjudicial , aunque sirva como pretexto para vaciar los bolsillos de las clases populares. Es verdad que los financieros, los banqueros y rentistas se aprovechan ampliamente de ella. El reembolso de los intereses de la deuda es un flujo de dinero permanente, garantizado, hacia sus cajas fuertes. Sin embargo, la amplitud del endeudamiento hace subir el tipo de interés para los préstamos al Estado, con lo cual suben todos los tipos de interés, y esto es una lastra para las inversiones y el conjunto de la economía burguesa.

Otro problema relevante: la deuda reduce los márgenes de maniobra para el gobierno. Mientras el Estado no es capaz de invertir, ni siquiera para mantener lo existente, como por ejemplo el mantenimiento de la red de agua, necesita por otra parte de inversiones gigantescos en la energía, en la transición ecológica, y, por supuesto, en las armas.

La crisis de la deuda es el síntoma de una economía que se está pudriendo, presa de unos carroñeros de la gran burguesía financiera cada día más parasitaria. Una señal de la evolución de la economía capitalista hacia el parasitismo y la especulación es, por ejemplo, la subida de la cotización de las acciones de LVMH a lo largo del día 15 de octubre, lo cual incrementó de un golpe la fortuna de Bernard Arnault en 16.000 millones de euros.

El declive de la burguesía francesa respecto a las demás potencias imperialistas, su guerra social encarnizada contra los trabajadores, son la causa de la caída de sus políticos y el debilitamiento de sus partidos políticos tradicionales, así como el de su sistema electoral y parlamentario.

RN: el partido de extrema derecha se acerca al poder, en un contexto cada vez más reaccionario

La evolución derechista, nacionalista y reaccionaria de la sociedad no ha parado, y es el producto del empeoramiento de la crisis del sistema capitalista – no es específicamente francesa. En este país, dicha evolución se manifiesta en la atracción que sigue ejerciendo el partido de Le Pen.

Reagrupación Nacional (RN) es un partido burgués, cuya base electoral no ha parado de crecer en los últimos años. En la primera vuelta de las legislativas anticipadas de 2024, con alta participación, alcanzó un nivel histórico con el 33,4% de los votos, frente a sus 13% en 2017 y 18,7% en 2022. En la circunscripción de Henin-Beaumont, antaño plaza fuerte del Partido Comunista, Marine Le Pen fue elegida en la primera vuelta, mientras que, a unos kilómetros de allí, el líder del PC Fabien Roussel perdió frente a otro candidato de RN. Entonces el partido de extrema derecha dejó mucho atrás a la izquierda agrupada en el Nuevo Frente Popular (27,99%) y a la coalición presidencial Ensemble (“Juntos” – 20,04%). No ha tenido mayoría en la Asamblea Nacional por la alianza entre la izquierda y los macronistas.

Las encuestas señalan que esa tendencia sigue. La condena a Le Pen en el caso de los asistentes parlamentarios europeos – cinco años inelegible y cuatro años de encarcelamiento – no ha duchado a sus apoyos. Una encuesta del 31 de octubre confirma que RN superaría a todos en una elección presidencial, recogiendo más votos aún Bardella (el joven presidente del partido) que Le Pen. En esta encuesta, los candidatos de izquierda y extrema izquierda apenas logran juntos el 30% de los votos, frente a un 70% para los candidatos de extrema derecha, derecha y macronistas juntos.

En las clases populares, el apoyo a RN se mantiene por los mismos motivos: la ilusión de una “renovación” con “el partido que aún no se ha probado” y la demagogia contra los inmigrantes y los “asistidos”. Esta última ya no se considera vergonzosa para una parte del electorado. Para dirigirse a esta fracción cada vez mayor de la población, casi todos los partidos del espectro político han retomado, en parte o en su totalidad, los temas de la extrema derecha, ya sea la seguridad o la inmigración.

A finales de 2023, Darmanin se distinguió al promulgar una nueva ley de asilo e inmigración que aplicaba una parte importante del programa de Le Pen. Retailleau, líder de LR, ministro del Interior de los gobiernos de Barnier y Bayrou, fue uno de los ministros más populares al dedicar su tiempo a denunciar la “islamización de Francia” y a provocar al Gobierno argelino.

En cuanto a la izquierda, ya sea el Partido Socialista, el Partido Comunista o LFI, se habla más que nunca de proteccionismo, de dar prioridad a la producción francesa y a la soberanía francesa... Esto equivale a difundir el mismo veneno nacionalista que RN, banalizando la política de preferencia nacional y poniendo a los trabajadores a remolque de la burguesía francesa.

En su contrapropuesta de presupuestos y en previsión de las próximas campañas legislativas y presidenciales, RN ha decidido explotar al máximo la retórica nacionalista y antiinmigrante. Promete ahorrar 12.000 millones de euros en inmigración y reducir en 8.700 millones la participación francesa en la Unión Europea, al estilo del “I want my money back” de Margaret Thatcher.

Hubo un tiempo en que un programa así habría privado al partido de Le Pen del apoyo de la burguesía. Hoy ya no es así. Ésta sabe muy bien que hay que tener una política para ser elegido y otra una vez en el poder. La izquierda lo ha demostrado en múltiples ocasiones, mientras que los trabajadores esperaban mucho más de ella que lo que esperan hoy día de RN.

La burguesía puede tranquilizarse viendo lo que ocurre en Italia. Meloni está demostrando una gran flexibilidad para adaptar su programa a las necesidades de los empresarios. La candidata, que abogaba por la salida del euro y pretendía oponerse a los “dictados de Bruselas” y a la dictadura de las “multinacionales extranjeras” en nombre del poder adquisitivo de la gente humilde, se ha convertido en una buena alumna de la Unión Europea y en la “princesa de la austeridad”. Y a pesar de su programa xenófobo y antiinmigrante, ha concedido 500.000 visados de trabajo a ciudadanos no europeos.

Siguiendo el ejemplo de los multimillonarios Bolloré y Stérin, difundido por periodistas y columnistas del ámbito del canal de tele CNews, una parte de la gran burguesía milita abiertamente a favor de esta “unión de las derechas”, de la que RN sería el principal componente. Aunque Le Pen niega tal objetivo para no ahuyentar a sus votantes procedentes de la izquierda, esta unión de las derechas está en marcha. El 30 de octubre, su partido logró que se aprobara su primera ley en la Asamblea Nacional con los votos de la derecha y de los diputados de Édouard Philippe (ex primer ministro de centroderecha). Esta victoria es aún más simbólica si se tiene en cuenta que esta alianza se produjo en relación con Argelia.

De hecho, fue precisamente la cuestión argelina, tras los acuerdos de Evian de 1962, la que fracturó a la derecha y la extrema derecha francesas. Diez años después se creó el Frente Nacional, una coalición de antiguos colaboradores con los nazis y recientes terroristas de la OAS (grupo colonialista francés que cometió atentados en Argelia y en Francia) unidos en su rechazo a la independencia de Argelia y en su rencor contra los gaullistas, culpables, según ellos, de haber malvendido el imperio colonial. El cordón sanitario que la derecha había establecido entonces contra Le Pen padre y sus amigos, cada vez más permeable, está a punto de romperse.

De hecho, RN se prepara para gobernar. Desde hace algunos años, y de forma aún más clara desde junio de 2024, cuando Bardella creyó que había llegado a Matignon (la residencia del primer ministro francés), está dando todas las garantías a la burguesía, alzándose, por ejemplo, contra el impuesto Zucman y el supuesto “infierno fiscal francés”. Entre bastidores, Bardella multiplica los contactos para ganarse la confianza de los círculos patronales. Ha atraído a ejecutivos de la burguesía y altos funcionarios que han apostado por él para hacer su carrera política y que no desentonarían en Los Republicanos, cuando no proceden de ese partido. Si bien RN no puede crear en pocos años los vínculos estrechos que unen a la derecha y a una parte de la izquierda con la burguesía, se esfuerza por compensar su retraso.

Y hay otra ventaja, si fuera necesario, a los ojos de la burguesía: el partido, por su historia, por sus cuadros y por su nacionalismo, puede preparar al país para la evolución autoritaria y la marcha hacia la guerra.

Una clase obrera pasiva y desorientada

Salarios y pensiones que distan mucho de haber seguido la inflación, subida de los precios de los alimentos y la energía, intensificación del trabajo, despidos y precariedad, creciente escasez de viviendas a precios asequibles, humillaciones diarias... A pesar de los golpes que recibe, la clase obrera no se deja ver ni oír. Grupos multimillonarios como Michelin o Stellantis han podido cerrar fábricas sin una verdadera oposición obrera. Las movilizaciones de este último otoño, impulsadas por la convocatoria de las redes sociales para el 10 de septiembre, fueron muy minoritarias. Los debates que han suscitado en torno a los bloqueos o al boicot de la tarjeta bancaria muestran que pocos trabajadores están dispuestos a comprometerse en la lucha.

La CGT, que sigue teniendo la reputación de ser el sindicato más combativo, no ha querido ofrecer perspectivas a una movilización que buscaba su camino. Tras comenzar denigrando las movilizaciones del 10 de septiembre, desconfiando sobre todo de las acciones que se le escapan, impuso, junto con la intersindical, sus propias fechas sin un plan global. Si bien no llegó a calificar, como la CFDT, la falsa suspensión de la reforma de las pensiones como “una gran victoria para los trabajadores y las trabajadoras”, la CGT se retiró tan pronto como la crisis política se agudizó, dejando la iniciativa a los partidos de izquierda.

Incluso en el contexto actual, en el que el Gobierno no tiene ninguna base en las clases populares y la mayoría de los trabajadores observan el espectáculo político con repugnancia o indiferencia, la CGT opta por dirigirse ante todo a los ministros y volver a alimentar la máquina de ilusiones sobre el Estado. Un comunicado reciente indica, por ejemplo: “La CGT ha pedido al ministro que organice unas jornadas de la industria para definir una estrategia ambiciosa de reindustrialización”.

La clase obrera no solo no lucha como tal, sino que tampoco tiene conciencia de sí misma. La política de división de la patronal, la demagogia contra los extranjeros y los musulmanes y su corolario, el repliegue identitario, y, más sencillamente, la dureza de la vida de los explotados, separan y aíslan a los trabajadores unos de otros. A falta de reacciones colectivas, se generaliza el “sálvese quien pueda” individual y el encerramiento en la propia comunidad, a menudo religiosa.

Políticamente, la inmensa mayoría de los trabajadores sigue esperando al salvador supremo. Una parte lo busca en RN, otra en LFI. El voto obrero a la extrema derecha refleja la ausencia total de conciencia de clase, ya que populariza ideas perjudiciales para el mundo obrero. Pero el voto de los trabajadores a LFI, que refleja renovadas ilusiones en una política gubernamental de izquierda, también los aleja del terreno de la lucha y de la conciencia de clase.

LFI, que influye especialmente en el ámbito sindicalista, no lo hace sobre la base de las ideas de la lucha de clases. Como buen partido reformista y respetuoso con la propiedad capitalista, LFI propaga, como llevan haciendo desde hace tiempo el Partido Socialista y el Partido Comunista, la ilusión de una justicia social conquistada mediante impuestos a los más ricos y de un capitalismo regulado y con cara amable. Mientras que los trabajadores sienten confusamente que la evolución depredadora y reaccionaria de la sociedad está inscrita en el sistema capitalista, LFI rebaja esta conciencia al señalar únicamente a Macron como responsable de todos los males.

En lo que respecta a los trabajadores inmigrantes del Magreb o de África, LFI ha optado por dirigirse a ellos no como trabajadores explotados, sino como minorías oprimidas por su origen, color de piel o religión.

Así, LFI se ha convertido en la defensora de la lucha del pueblo palestino, y sus portavoces, acusados de antisemitismo, son cada vez más presentados como personas inaceptables y “ajenas al arco republicano” por los grandes medios de comunicación, lugar que durante mucho tiempo ocupó RN. Esto ha reforzado su popularidad en ciertos círculos musulmanes. Pero todo lo que LFI tiene que decirles es que confíen en las instituciones internacionales o en los diputados franceses o europeos, como si unos u otros pudieran tener la más mínima influencia en la política de Netanyahu. Incluso en este terreno, LFI oscurece la conciencia de los trabajadores que querrían establecer el vínculo entre la política imperialista en el mundo y la dominación de la clase capitalista aquí.

De hecho, LFI nunca se dirige a los trabajadores como si pertenecieran a una sola y misma clase de explotados, unidos más allá de las empresas, las diferencias de estatus, orígenes y creencias. Además, nunca duda en tocar la tecla patriótica.

A diferencia del Partido Socialista y el Partido Comunista, que se construyeron en sus orígenes como partidos obreros y fueron, en su día, una dirección para los trabajadores más combativos y para aquellos que soñaban con una sociedad comunista, LFI nunca ha tenido tales pretensiones. Quiere ganarse el apoyo electoral de los sindicalistas más combativos y de los sectores populares, pero no busca tener militantes ni una política para los trabajadores en las empresas. Permitir que los trabajadores sientan su fuerza y su capacidad de actuar por sí mismos no forma parte de su política.

Nuestras tareas

“El objetivo inmediato de los comunistas es idéntico al que persiguen los demás partidos proletarios en general: formar la conciencia de clase del proletariado, derrocar el régimen de la burguesía, llevar al proletariado a la conquista del poder.” Eso escribieron Marx y Engels en el Manifiesto comunista. Al observar los flujos y reflujos del movimiento obrero, especialmente en Gran Bretaña, también explicaron: “Esta organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido político, se ve minada a cada momento por la concurrencia desatada entre los propios obreros.  Pero avanza y triunfa siempre, a pesar de todo, cada vez más fuerte, más firme, más pujante.”

El capitalismo en ascenso venía acompañado de un movimiento obrero en ascenso. Tras pasar por dos guerras mundiales seguidas por oleadas revolucionarias, la burguesía sobrevivió en el marco de un capitalismo en decadencia. Con él se pudren las organizaciones, partidos y sindicatos, que los trabajadores habían construido. Los unos, socialdemócratas, se hundieron en la colaboración abierta con la burguesía, otros en el estalinismo, que ha sido otra forma de integrarse en el orden burgués.

“La organización de los proletarios como clase” hay que reconstruirla, casi desde cero. Sólo futuras luchas masivas podrán darle a la clase obrera una nueva generación de militantes capaces de hacer surgir verdaderos partidos obreros, dignos de este nombre.

Lo que tenemos que hacer desde ya, con los trabajadores más conscientes, es reunir a la fracción de la clase trabajadora que, como ya dijo Marx en el Manifiesto, es “la parte más decidida, el acicate siempre en tensión” de los demás, la que “lleva de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que ha de abocar el movimiento proletario.” Es el objetivo del trabajo de propaganda y organización que nosotros llevamos adelante en las empresas, en torno a nuestros boletines cuando no existe una combatividad colectiva. Este trabajo esencial sigue siendo la prioridad de toda nuestra organización.

El trabajo de reclutamiento y formación de los futuros cuadros proletarios no puede realizarse sin el compromiso consciente, junto con esos militantes obreros, de intelectuales capaces de dedicar su vida a esta lucha. Solo una minoría puede dar el paso, en el periodo actual de retrocesos políticos y apatía por parte de la clase trabajadora, pero es indispensable para la construcción del futuro partido revolucionario. Es menester seguir con el reclutamiento entre la juventud de los institutos y las universidades, con entusiasmo y dedicación, para pasar el testigo del ideal comunista. Nos toca hacer comprender a los más rebeldes que la burguesía es una clase del pasado cuando la clase trabajadora es la del futuro.

Las elecciones municipales

Estas tareas militantes, habituales y fundamentales, deberán combinarse con nuestra participación en las citas electorales. Debemos estar preparados para hacer campaña en caso de disolución de la Asamblea Nacional. También tendremos que prepararnos para las elecciones presidenciales de 2027, en las que proponemos presentar de nuevo a nuestra portavoz Nathalie Arthaud. Y debemos intensificar el esfuerzo militante que ya hemos iniciado ampliamente para las elecciones municipales que se celebrarán los días 15 y 22 de marzo de 2026.

Cada elección nos permite defender nuestro programa y nuestra perspectiva revolucionaria ante los trabajadores, en una escala mucho mayor de la que tenemos en nuestras actividades habituales, y en un contexto de mayor interés político. Las campañas nos permiten igualmente asociar a trabajadores y comprometerlos más con nosotros. Esto es el caso ante todo para las municipales.

Las elecciones municipales requieren formar listas de varias decenas de personas en cada municipio, nos llevan a buscar a miles de trabajadores para convencerlos de ser candidatos, es decir, romper con su pasividad. La búsqueda es una oportunidad para ampliar o rehacer en las ciudades y los barrios populares unas redes de trabajadoras y trabajadores, el embrión de la “organización del proletariado como clase”.

Bajo el título de Lutte ouvriere – le camp des travailleurs (el bando de los trabajadores), nuestras listas se fundamentan en la idea muy sencilla de que los trabajadores no podemos confiar en los políticos burgueses, que se arrodillan ante los poseedores; de que los obreros debemos meternos en política, representarnos a nosotros mismos, con el objetivo de construir nuestro propio partido de trabajadoras y trabajadores.

La idea del bando de los trabajadores, según la cual los obreros, empleados, auxiliares de enfermería etc. son las fuerzas vivas de la sociedad, es una fuente de orgullo legítimo para muchos. Prueba de ello, la reacción positiva de trabajadores muy poco politizados, que nunca han oído hablar de nuestra organización, a veces influenciados por prejuicios de división que les entran por todos los canales. Entre quienes se reconozcan en las ideas del bando de los trabajadores, muchos están demasiado desmoralizados para dar el paso de meterse en nuestras listas, pero saben que existe una corriente de mujeres y hombres cuyo combate es éste. En cuanto a los demás, tenemos que transmitirles el orgullo de representar a la clase obrera en su ciudad.

En resumen, esta campaña debe permitirnos cumplir nuestra tarea principal: ayudar a los trabajadores a adquirir una consciencia de clase a pesar de la ola reaccionaria, incluso dentro de la clase trabajadora; y avanzar, con modestos pasos, hacia la “organización de los proletarios como clase”. Frente a los retrocesos y al peligro de guerra que se avecinan y que no pueden ser detenidos a menos de una revolución obrera y el derrocamiento del orden imperialista, nuestro objetivo puede parecer insignificante; pero no lo es, ya que se inscribe en esta perspectiva política.

La presencia de militantes y un partido revolucionario es vital cuando la clase obrera está en situación de cuestionar el poder de la burguesía y tomarlo entre sus manos, como ocurrió en 1871 en la Comuna de París, en febrero de 1917 en Rusia, en Finlandia, Alemania, Hungría e Italia en 1918, 1919 y 1920, en China entre 1925 y 1927, en España en 1936 y en Chile en 1973…

Dicha presencia no deja de ser vital cuando el retroceso político, incluso el hundimiento en la barbarie, amenaza con borrar cualquier perspectiva para la clase obrera. Es en los periodos más oscuros donde surgen las explosiones sociales y las posibilidades revolucionarias. Una revolución acabó con el exilio de Lenin y Trotsky, una revolución sacó a Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht de sus jaulas, y sacó a miles de militantes socialistas del infierno de la guerra imperialista. Fue la fracción que mantuvo firmes sus ideas revolucionarias la que entonces pudo cambiar la historia.

6 de noviembre de 2025