El hecho de que seamos homogéneos, que nuestros votos sean unánimes, es el resultado de decisiones conscientes por parte de los compañeros. Nos esforzamos por redactar textos políticos cada año. No tenemos nada de qué avergonzarnos por todo lo que hemos escrito, por nuestros análisis de los acontecimientos para los que Trotsky ya no estaba allí para guiarnos. Todo lo que hemos dicho sobre la naturaleza de China, sobre la evolución de las democracias populares, etc., se puede releer hoy, y se pueden comprender nuestras posiciones. Hablamos deliberadamente de China, porque si releéis los textos de Mandel, Krivine1, etc. sobre este tema, nuestros textos se ha confirmado que estaban ampliamente por encima de los suyos, a la vista de su evolución desde entonces. Entre los demás trotskistas, incluso hay textos que se preguntan si Zanzíbar no sería un Estado socialista deformado o un Estado obrero degenerado.
Las relaciones entre China y Estados Unidos
¿Nos encaminamos hacia una guerra entre China y Estados Unidos?
Hemos dicho muchas veces que, aunque la rivalidad entre Estados Unidos y China es intensa en el ámbito de la guerra económica, estas dos grandes potencias son, paradójicamente, por así decirlo, las únicas que no se enfrentan directamente en ningún conflicto militar. Sin embargo, se ha creado una especie de unanimidad para afirmar que es en torno a estas dos grandes potencias donde se producirá la confrontación decisiva.
Pero, al mismo tiempo, decimos y repetimos que nada nos permite predecir el curso que tomará la guerra mundial, inevitable en esta sociedad imperialista. No tenemos ningún don de adivinación o previsión, salvo en un punto fundamental: para evitar la barbarie, hay que derrocar esta sociedad. Pero se trata de un enfoque voluntarista y de un objetivo militante. Por otra parte, los amos de esta sociedad no tienen más poder de previsión o adivinación, incapaces como son de dirigir su propia sociedad, de prever hacia dónde se dirige. Ese poder no les sirve para influir en la situación o modificarla, al menos en el buen sentido.
Hay al menos una cosa en la que estaremos de acuerdo con los comentaristas: la próxima guerra mundial enfrentará a Estados Unidos y China. El razonamiento nos lleva a esta conclusión: imaginar que Estados Unidos podría aceptar ser superado por China sería imaginar que la primera potencia imperialista podría capitular sin luchar. Las guerras sirven precisamente para decidir quién domina, qué potencia imperialista domina.
Las raíces de las tensiones entre China y Estados Unidos
Se podría decir que, desde la llegada de Mao al poder, Estados Unidos y China coexisten de facto. Esta coexistencia ha adoptado múltiples formas y variaciones a lo largo de las décadas, entre ellas enfrentamientos militares. La guerra de Corea fue la más impactante, ¡con 1,5 millones de muertos! Por otra parte, se puede decir que la Segunda Guerra Mundial no ha terminado, en el sentido de que, en lo que respecta a Corea, ni siquiera hay un tratado de paz y, 80 años después, las alambradas siguen separando el norte y el sur de un mismo país.
Luego vino la guerra de Vietnam, seguida de un período de relativa paz, al menos sin enfrentamientos militares reales, durante el cual Estados Unidos y China parecieron encontrarse en un terreno completamente diferente, caracterizado por una colaboración cada vez más estrecha.
Hace algún tiempo, un periódico estadounidense publicó un artículo que, en resumen, afirmaba que desde la caída del Imperio romano solo se han conocido tiempos de guerra, y nunca un período de paz, en todo el planeta. Por supuesto, se trata de guerras a diferentes niveles, entre las que se declaran abiertamente, las que se ocultan, o todo tipo de conflictos más o menos importantes. En un período de supuesta paz, ha habido más muertos en la República Democrática del Congo que durante una guerra mundial. Los períodos de paz del imperialismo no lo son realmente, ni mucho menos.
La guerra de Corea contó con la participación de un gran número de países, directa o indirectamente. Toda una parte de la opinión pública se preparaba entonces para una tercera guerra mundial. Nuestros antepasados políticos, después de la generación Barta2, esperaban en algunos momentos, durante los años cincuenta, que estallara. No fue así. Pero esto es para decirles que las relaciones entre Estados Unidos y China, incluso maoísta, no han sido un camino tranquilo.
Así ha sido, en general, desde que Mao llegó al poder, y no porque amenazara el orden capitalista, a pesar de las divagaciones de los maoístas, que veían en el régimen chino algo menos estalinista. De hecho, la China de Mao buscaba integrarse en ese orden mundial imperialista y no derribarlo. Durante décadas, la orientación de China fue la integración, y las relaciones entre Estados Unidos y China se caracterizaron por una forma de colaboración. En cierta medida, la economía china se integró en el mundo imperialista. Pero, al mismo tiempo, eso no impidió los conflictos.
China se ha convertido en un rival de peso
Desde el momento en que, gracias a su estatalismo, China pareció entrar en competencia con Estados Unidos, la potencia imperialista dominante del planeta, el paso de la confrontación, de la guerra económica a la guerra propiamente dicha, se convirtió en una posibilidad, incluso en una necesidad.
Llevamos ya algún tiempo en esta situación. Hay un dicho africano: “no hay sitio para dos cocodrilos en el mismo pantano”.
Sin embargo, desde hace varios años, Estados Unidos ha dejado, de buen grado o por la fuerza, que China crezca y añada a sus indiscutibles avances económicos otros en el ámbito del armamento, la capacidad militar, el peso diplomático, etc.
Por ello, la rivalidad militar ha tendido a prevalecer en los diferentes aspectos de sus rivalidades, sobre todo porque la existencia de una segunda China, en este caso Taiwán, ha centrado todas las demás formas de rivalidad.
¿Es China imperialista o no? Esta cuestión ha sido objeto de numerosos debates entre nosotros. Por un lado, China es un régimen que, sin revolución proletaria, ha logrado liberarse del yugo imperialista; por otro lado, siempre tratando de mantener su independencia, ha logrado integrarse en la economía capitalista. Gracias a una revolución nacionalista pero profunda, ha podido sacudirse un poco el yugo y decir que no varias veces al imperialismo estadounidense.
Así que, por el momento, seguimos en paz, en el sentido de que no hay guerra entre Estados Unidos y China, mientras que hay guerras en casi todo el planeta. Por ejemplo, leemos en los periódicos que hay un conflicto entre Azerbaiyán y Armenia.
La pregunta que se plantea la sociedad es: ¿qué evento podría desencadenar la guerra entre Estados Unidos y China? Los comentaristas destacan cuestiones puntuales, como si la guerra fuera desencadenada por un acontecimiento puntual que se pudiera evitar. Recientemente, la rivalidad económica ha vuelto a ocupar un primer plano, con una escalada, por el momento verbal, entre China y Estados Unidos. “La guerra comercial entre Estados Unidos y China se reanuda brutalmente, entre tierras raras y aranceles”, escribía Le Monde los días 12 y 13 de octubre de 2025, y añadía: “Tras el anuncio de Pekín de un control de los productos fabricados en el extranjero, pero que contienen tierras raras chinas, Donald Trump amenazó con imponer impuestos adicionales del 100% a partir del 1 de noviembre”.
Todo esto fue desencadenado por Estados Unidos, con su decisión de gravar los barcos chinos que atracan en puertos estadounidenses y la creación por parte del Departamento de Comercio estadounidense de una lista negra de empresas chinas. China respondió anunciando controles drásticos sobre el uso de las tierras raras, sobre las que tiene un cuasi monopolio. Por cierto, los metales raros no son tan raros y son muy específicos, con propiedades particulares que les permiten desempeñar un papel esencial en diversas fabricaciones.
Hay que tener en cuenta que el Gobierno estadounidense tendría que pedir permiso al Partido Comunista Chino para utilizar tierras raras. Un libro interesante, Métaux : le nouvel or noir. Demain la pénurie ? (Metales: el nuevo oro negro. ¿Escasez mañana?), explica que dos tercios de la producción son chinos.
Esta guerra de bravuconerías pone de manifiesto la aberración que existe en un mundo en el que se puede encontrar de todo, cuando la humanidad no tendría ningún problema en gestionar racionalmente los recursos mundiales. Lo que sufre la sociedad son estos obstáculos que se han vuelto totalmente artificiales. Corea, volviendo al tema, es un buen ejemplo, ya que se trata de un solo país, donde todo el mundo habla el mismo idioma, pero dividido en dos por alambradas, en una separación totalmente artificial, que sólo existe por culpa del imperialismo.
La trampa de Tucídides
Objetivamente, estamos de acuerdo con quienes piensan que es probable que se produzca una guerra entre Estados Unidos y China. Hoy en día, los comentaristas no hablan más que de Taiwán. En cierto modo, la existencia de Taiwán es un poco como la de Israel; Taiwán podría ser el punto de partida de la próxima guerra. Pero también podrían serlo las tierras raras. Les Échos dice que es un farol. Quizás, pero las apuestas suben.
Ambas partes lo convierten en una cuestión de poder. Los dirigentes chinos no quieren que el Gobierno estadounidense decida por ellos, y viceversa. El imperialismo impone una relación de fuerza. ¿Hasta dónde pueden llegar los Estados Unidos? Son la potencia dominante y, a menos que acepten sufrir una derrota, no pueden retroceder y ceder ante China. Sería como dimitir, como abandonar la competencia y la relación de fuerzas. Por el momento, Estados Unidos sigue dominando esta relación de fuerzas. China no está lejos, ha progresado mucho y el gran temor de Estados Unidos sería que acabara ocupando una posición en la que Estados Unidos ya no pudiera imponerle lo que quisiera. En realidad, lo que el imperialismo estadounidense nunca ha aceptado realmente es que un Mao esté en posición de mandarlo a la mierda. Es un todo. Y para precisar el proverbio africano citado anteriormente, podríamos referirnos a la trampa de Tucídides, que considera, en relación con la guerra del Peloponeso, en el siglo V a. C.: “Fue el auge de Atenas y el miedo que inspiró a Esparta lo que hizo inevitable la guerra”. Un esquema que se puede aplicar a la situación de Estados Unidos frente a China.
Sobre Oriente Medio
El ataque del 7 de octubre de 2023
En lo que respecta a Oriente Medio, una frase ha suscitado un debate especial, la que se refiere a “la guerra desencadenada por Hamás el 7 de octubre de 2023”.
Algunos compañeros han recordado que la guerra entre Israel y los palestinos no se remonta al ataque del 7 de octubre, que es esencialmente el resultado de la política sionista e imperialista y que hablar así parece rechazar toda la responsabilidad sobre Hamás. Por supuesto, esta guerra dura al menos un siglo, incluso antes de la creación de Israel. El texto vuelve además sobre el sionismo y sobre el hecho de que la empresa de exterminio a la que hemos asistido en Gaza es coherente con la lógica del sionismo, al menos su lógica última, ya que desde el principio ha sido la negación del derecho a la existencia de una población palestina allí donde se ha instalado una colonización judía.
Pero lo que comentamos aquí es precisamente la guerra, el enfrentamiento al que hemos asistido durante más de dos años en Gaza. Por supuesto, se trata de un episodio más de un enfrentamiento que se desarrolla con altibajos desde hace un siglo. El conflicto armado se inscribe en este contexto, un contexto que ha visto un reciente aumento de las tensiones. Por lo tanto, tenía que estallar en algún momento de forma abierta y la responsabilidad principal recae en los dirigentes israelíes, que han colocado deliberadamente a la población palestina en un callejón sin salida, y en particular a la población de Gaza, a la que han impuesto durante años un verdadero bloqueo en todos los ámbitos.
En una guerra puede haber episodios, y esta guerra de Gaza, llamémosla así, se desencadenó el 7 de octubre de 2023. Hay personas que decidieron lanzar esta ofensiva, en este caso la dirección política de Hamás, y tenemos derecho a discutir el cálculo que hicieron, situándonos desde el punto de vista de la población palestina y su lucha contra la opresión que sufre, el único punto de vista que nos puede interesar como revolucionarios. Hamás se proclama representante del pueblo palestino que lucha por el reconocimiento de sus derechos. Pues bien, incluso dejando de lado el hecho de que es nacionalista e incluso islamista integrista, lo que evidentemente no es nuestra política, preguntémonos si esta iniciativa ha hecho avanzar ni un ápice la lucha de los palestinos por sus derechos.
Hacer la pregunta es responderla. Los dirigentes de Hamás lanzaron esta ofensiva con el objetivo de volver a poner sobre la mesa la cuestión palestina, que todo el mundo había conseguido ocultar bajo la alfombra. Esto es lo que le valió a Hamás, al menos en los días posteriores al 7 de octubre, un repunte de popularidad entre los palestinos refugiados en el Líbano, por ejemplo, y más en general en los países árabes. Muchos de ellos se sentían vengados, contentos de ver que por fin unos combatientes atacaban a Israel e incluso a los israelíes; un poco como ocurre en una guerra clásica en la que, al menos al principio, la población puede alegrarse de ver que el ejército de su país pasa a la ofensiva. Pero en este caso se equivoca, porque esta guerra no es una guerra para defender sus intereses. El año pasado escribimos que, si bien la cuestión palestina se ha vuelto a poner sobre la mesa, ha sido de la peor manera, siempre desde el punto de vista de la propia población palestina.
En primer lugar, está el método, que consistió en masacrar a cerca de 1.200 israelíes, y no solo eso, sino que entre las víctimas también había trabajadores agrícolas tailandeses. Era la forma más segura de provocar la unidad nacional en Israel en torno a Netanyahu, en un momento en que él se encontraba en dificultades. Podía decir: como ven, estamos rodeados de enemigos que quieren matar a todos los judíos y, por lo tanto, mi política de guerra sin cuartel contra los árabes es la única justa. Si el método de Hamás, esta ofensiva contra civiles que desemboca en la toma de rehenes, es condenable, no lo es sólo moralmente, sino también políticamente. Le daba armas a Netanyahu, enfrentaba a la población israelí contra los palestinos. Demostraba lo poco que les importaba a los dirigentes de Hamás la opinión de la población israelí, pero también, en el fondo, lo poco que les importaban los intereses de la propia población palestina, en este caso la de Gaza.
Y luego, en una guerra, incluso en una guerra entre ejércitos y Estados burgueses, los gobiernos a veces se plantean las consecuencias para sus poblaciones civiles y toman ciertas medidas para protegerlas; o si no pueden protegerlas, entonces también pueden preguntarse si realmente tienen los medios para llevar a cabo esa guerra. Pero en este caso, la respuesta de Israel y la forma en que los dirigentes israelíes iban a hacer pagar a la población civil de Gaza eran perfectamente previsibles y es evidente que esto no se tuvo en cuenta en los cálculos de los dirigentes de Hamás. Lo que les interesaba era recordar que estaban ahí, que había que contar con ellos, hacían sus cálculos como pequeño aparato en el poder en Gaza. Este aparato quería ser reconocido, tener su lugar entre los líderes árabes, que estaban elaborando los famosos acuerdos de Abraham con Israel, e incluso, si era posible, torpedear esos acuerdos mientras no se les diera un lugar en la mesa.
Evidentemente, dada la relación de fuerzas militares entre el ejército de Israel, con sus medios, y el pequeño ejército que constituía Hamás, se trataba de un intento suicida. Pero los dirigentes de Hamás consideraron que llevar a cabo este tipo de ofensiva era su única baza y que debían jugársela. Y en este cálculo, lo que le iba a pasar a la población de Gaza e incluso de Cisjordania, a la que el Gobierno israelí de extrema derecha solo esperaba un pretexto para atacar, era un elemento que no se tenía en cuenta en absoluto.
Evidentemente, en esta política de Hamás no hay nada de proletario, nada que busque defender los intereses del proletariado palestino o israelí. No nos sorprende por parte de una organización tan nacionalista que sólo utiliza a su pueblo para defender los intereses de su propia camarilla dirigente. Dicho esto, puede haber nacionalistas que se preocupen un poco más por su pueblo e incluso que, en determinadas circunstancias, puedan hacer avanzar un poco su lucha. En este caso, tomaron una decisión que condujo directamente a la masacre, prácticamente al suicidio de Gaza y su población. ¿Habrá sido también un suicidio para Hamás como organización? En realidad, no es nada seguro, ya que, de una forma u otra, Hamás, sus dirigentes o parte de ellos seguirán teniendo un papel que desempeñar. Basta con ver cómo Trump, en la aplicación de su supuesto plan de paz, parece comprender perfectamente que hay que saber utilizar a Hamás para controlar Gaza.
De hecho, en los debates que mantenemos al respecto, hay una pregunta subyacente: ¿qué habría que haber hecho entonces? En otras palabras: “Criticáis a Hamás, pero alguien tenía que decidir tomar la iniciativa de la guerra contra la política de Israel, insoportable para la población de Gaza”. Pues bien, nosotros no razonamos así. Como militantes, no creemos que debamos considerarnos líderes que se arrogan el derecho de decidir, en lugar de la población y los trabajadores, lanzarlos a una guerra. Los militantes deben luchar junto a esta población, defender sus ideas en su seno, con los métodos y las tradiciones del movimiento obrero revolucionario, durante el tiempo que sea necesario. Esto es válido en Gaza, en Palestina y en Israel, como en cualquier otro lugar.
Sobre la palabra “genocidio”
También hay que decir algo sobre el uso o no del término genocidio, que da lugar a debates y es como caer en una trampa. En lo que a nosotros respecta, cuando se trata de matanzas masivas de tal magnitud, podríamos utilizar este término o el de masacre casi indistintamente. Cuando se mata a personas en masa, no hay que establecer una escala de valores: en cualquier caso es criminal. Pero en la prensa, y sobre todo en el lenguaje de los organismos internacionales, el término genocidio tiene un significado preciso y jurídico. Existe una definición adoptada en 1948 por la Asamblea General de las Naciones Unidas en el marco de una Convención Internacional para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio. Francia adoptó una definición ligeramente modificada tres años más tarde, en 1951.
A partir de ahí, la ONU y los juristas internacionales debaten eruditamente, cuando se produce una masacre en algún lugar, si merece o no ser calificada de genocidio, en función de los criterios establecidos en las diferentes definiciones: ¿Ha tenido la masacre realmente una gran magnitud? ¿Se cometió en función de la pertenencia a una nación, a una etnia, con la intención o no de hacer desaparecer a esa etnia? Pero si una masacre masiva no es un genocidio, ¿qué es? Es, por tanto, una masacre indiscriminada. Por ejemplo, ¿fueron las bombas de Hiroshima un intento de genocidio? Los juristas expertos nos dirán que no, que formaban parte de una guerra. Se les podría responder que sí fue un genocidio, ya que las personas a las que se dirigía eran los japoneses que vivían en esa ciudad, a los que se atacaba por ser japoneses.
De hecho, esta definición jurídica equivale, de forma más o menos explícita, a establecer una gradación en los crímenes masivos de la época imperialista. Da a entender que aplastar a una población por su pertenencia étnica sería condenable, pero que aplastarla con el pretexto de defenderse en el marco de una operación de guerra, en el fondo, no lo sería tanto. Evidentemente, se trata de un terreno peligroso. De hecho, la calificación de una masacre como genocidio, en el sentido jurídico y en el sentido del famoso “derecho internacional”, por parte de cualquier institución o tribunal, no tiene realmente ninguna consecuencia, salvo quizá la de permitir condenar a un subordinado o considerar que el Estado que la ha cometido debe indemnizar a sus víctimas, si así lo desea, como hizo en parte Alemania con los judíos después de la guerra.
En cualquier caso, este debate entraña una trampa en la que no queremos caer. Los bandos enfrentados nos acechan, los proisraelíes para decir: no es un genocidio, es una guerra defensiva, y los propalestinos para decir: “Si no decís que es un genocidio, entonces estáis del lado de Israel”. Para nosotros es más sencillo: una masacre es una masacre y la denunciamos tal y como se desarrolla, y no en función de una especie de jerarquía moral.
Por lo tanto, en lo que respecta a lo que está sucediendo en Gaza, utilizamos indistintamente los términos masacre, guerra de exterminio o genocidio, sin preocuparnos por la jerarquía que otros comentaristas establecen entre estos términos. De hecho, lo que ha cambiado es que la prensa ha empezado a hablar a menudo de genocidio en relación con lo que está ocurriendo en Gaza y no hay por qué parecer reticente o excusar de alguna manera a Israel por no utilizar el término. Pero, en el fondo, para calificar de criminal la política imperialista hacia los palestinos, no necesitamos ese tipo de distinción.
En cualquier caso, hay algo que es cierto, y es que a veces nos faltan palabras para calificar la barbarie a la que estamos asistiendo, ¡y todas las denuncias que podamos hacer seguirán quedando por debajo de la realidad!
Sobre la situación en Francia
Nuestras discusiones han sido variadas. Aquí se ha hablado de LFI, allí del RN, allí de las municipales. También se ha debatido mucho sobre la preparación de Francia para la guerra. Algunos compañeros han lamentado que en este texto no se mencione nada sobre la marcha hacia la guerra, sobre todo tras la reciente declaración del general Mandon sobre el necesario sacrificio de nuestros hijos y el anuncio del restablecimiento del servicio militar.
Sobre la marcha hacia la guerra
No hay ningún desarrollo particular porque las causas profundas de la marcha hacia la guerra, así como su ritmo, están ligadas a la marcha del capitalismo globalizado, a su fase suprema, como decía Lenin, el imperialismo, con sus contradicciones y sus crisis, lo que se desarrolla a lo largo del primer texto... La agitación de Macron para que Francia o la Unión Europea tengan presencia en este juego imperialista es la de un actor secundario: no insignificante, pero tampoco decisivo.
Por ahora, en Francia, la marcha hacia la guerra se traduce esencialmente en propaganda. Estamos bajo el fuego cruzado de una intensa propaganda antirrusa y antichina alimentada por los medios de comunicación y por las posturas marciales de Macron o de un jefe del Estado Mayor para, según sus propias palabras, “que Francia se rearme moralmente”. Ya en 2020, antes del inicio de la guerra en Ucrania, el antiguo jefe del Estado Mayor Burkhard advertía: “Los conflictos duros entre Estados siguen siendo posibles, incluso probables. El Ejército de Tierra debe estar más preparado que nunca para generar poderío militar de forma inmediata con el fin de hacer frente a un peligro inesperado, sabiendo encajar los golpes con resiliencia”. Añadía: “La sociedad francesa se ha alejado de la tragedia y de la historia. No prepara a estos jóvenes para las exorbitantes responsabilidades que tendrán a los 25 años, la edad de los primeros compromisos operativos, de las primeras muertes. ¡Debemos hacerlos madurar lo más rápido posible!”. Entonces pasó más desapercibido que la declaración del general Mandon, pero iba en la misma línea.
Manipulan las mentes, escenifican el peligro ruso, intentan tocar la fibra patriótica, evocan la defensa de la patria... Trabajan, por retomar una expresión de Rosa Luxemburgo, en la “fabricación de la guerra” en la opinión pública. ¿Funciona? Sin duda, funciona en parte. En cualquier caso, como podemos comprobar en nuestras discusiones, el Gobierno, el Estado Mayor y los medios de comunicación han logrado instaurar la idea de la guerra, la idea de que hay que temer a Rusia y que hay que ser capaz de defenderse, y eso es preocupante. En cuanto al retorno del servicio militar, no está nada mal visto, al igual que el aumento del presupuesto del ejército.
Esta propaganda refuerza el sentimiento de unidad nacional, en contraposición a la necesaria conciencia de clase. Un sentimiento ya ampliamente difundido por las ideas proteccionistas y soberanistas defendidas por todos los partidos y sindicatos como el único medio para poner fin a los despidos y los cierres de empresas. Esta propaganda, junto con el ambiente bélico que la acompaña, también alimenta el sentimiento de impotencia de los trabajadores ante una situación que empeora en todos los aspectos. ¿Cómo imaginar que se puede impedir una nueva guerra mundial cuando ni siquiera se puede luchar por el salario? Es algo que escuchamos con frecuencia en las conversaciones.
¿Y qué pueden sentir hoy aquellos que se han solidarizado con los palestinos, si no es una inmensa sensación de derrota? El mensaje que las grandes potencias han enviado desde Gaza es: “¡Quedaos en vuestro sitio! ¡Y mirad lo que les hacemos a los que no se someten!”.
Así que sí, todo esto pesa, pero se trata más de un ruido de fondo que de una preocupación cotidiana. Porque el camino hacia la guerra se recorre a pequeños pasos. La guerra no es inminente. Y eso forma parte de los problemas del Gobierno. Debe mantener una cierta tensión, aunque sabe que Rusia no va a atacar mañana. Utiliza la amenaza rusa y la guerra en Ucrania para preparar las mentes. Una vez más, los kits de supervivencia, los planes de las agencias regionales de salud y los hospitales para acoger a los heridos, siguen siendo sobre todo una operación de propaganda.
Economía de guerra: la prudencia de los empresarios
La preparación material y militar para la guerra sigue siendo muy gradual. Fíjense en el nuevo servicio militar: por ahora, lo han concebido como voluntario. Para 2026, solo afectará a una pequeña minoría de jóvenes: 3.000. Su objetivo es llegar a 50.000 en 2030, una cifra limitada cuando 750.000 jóvenes cumplen 18 años. Macron habló de la necesidad de transformar la economía en una “economía de guerra” el 13 de junio de 2022, durante una feria de defensa. Una vez más, se trataba más de propaganda que de realidad.
El sector de la defensa está en auge, los beneficios de la industria armamentística y sus cotizaciones bursátiles se han disparado, pero la economía no se ha transformado en absoluto en una economía de guerra. No tiene nada que ver con lo que está sucediendo en Rusia, ni siquiera en Ucrania. El Estado aún no se ha dotado realmente de los medios necesarios, aunque el Gobierno haya aumentado el presupuesto militar. Y la burguesía no va a empezar a invertir masivamente si no tiene garantizados los pedidos y los beneficios que puede esperar. Compañeros nuestros que trabajan en Dassault han señalado que, contrariamente a lo que anuncia la prensa, es decir, que se triplicará la producción del Rafale, la empresa no consigue mantener ese ritmo porque la cadena de producción, con sus múltiples subcontratistas, no da abasto.
También podemos tomar el ejemplo de Fundición de Bretaña, empresa que fabricaba piezas de fundición para automóviles. Fue adquirida por Europlasma, que anunció su intención de reorientar su actividad hacia la producción de proyectiles. Europlasma prometía 250.000 proyectiles para 2025, ¡el doble en 2026! Hoy, seis meses después de la compra, no ha salido ningún proyectil de la fábrica, no se ha hecho nada para adaptar las herramientas de producción y los trabajadores temen el cierre de la planta. El mismo sinvergüenza se hizo con las Forjas de Tarbes, en el suroeste, y la fábrica Valdunes, en el norte, donde la actividad también debía reorientarse hacia el armamento. Los empleados denuncian la misma falta de inversión y actividad.
No hay requisas, ni control del Estado, tampoco planificación, y sigue la competencia, incluso entre actores tan importantes como Thales y Naval Group, entre Thales Group y Airbus Defence and Space... En este ámbito, como en otros, el gobierno burgués deja total libertad a los accionistas y a las negociaciones capitalistas, y es incapaz de anticipar y planificar realmente. En 1914, cuando la guerra era previsible desde hacía siete u ocho años, se había anticipado la movilización general y se había aumentado el servicio militar a tres años; pero solo después del inicio de la guerra los capitalistas, tanto en Francia como en Alemania, se pusieron en marcha. Y lo hicieron bajo la presión del Estado, protegiendo, por supuesto, sus beneficios.
Hubo que esperar hasta septiembre de 1914 para que Millerand —el primer socialista que entró en 1899 en un gobierno burgués junto a Galliffet, uno de los asesinos de la Comuna, y que por lo tanto se había convertido en ministro de Guerra en 1914— convocara a altos mandos y grandes empresarios de la industria para que pusieran en marcha programas de producción, encontraran proveedores, etc. Como dijo un historiador: “Reinaba la improvisación, con sus incoherencias; se necesitaron entre dos y tres trimestres para que la maquinaria bélica alcanzara realmente su pleno rendimiento”. Así pues, el Gobierno y el Estado se preparaban para la guerra, pero estaban lejos de ser una cohorte disciplinada que aplicaba un plan preestablecido. Estamos en una sociedad capitalista dominada por la burguesía y las leyes del mercado, y nada está organizado de forma racional, ni siquiera la preparación para la guerra. Y hoy, sin duda, los negocios siguen como de costumbre, ¡es “business as usual”, como se suele decir!
¡Y la política es “as usual”! La marcha hacia la guerra no es en absoluto un tema de la crisis política. Ni siquiera forma parte del debate. Se oyen voces discordantes. El partido Agrupación Nacional (RN) y Francia Insumisa (LFI), al igual que el Partido Comunista Francés (PCF), se dan un aire pacifista al denunciar las declaraciones marciales de unos y otros, a quienes acusan de echar leña al fuego en lugar de recurrir a la diplomacia. Pero no es un verdadero motivo de discordia porque, en el fondo, todos están de acuerdo en aumentar la capacidad militar. Todos hablan de la necesidad de librar guerras cuando son justas. Es decir: si nos atacan, ¡habrá que defenderse!
Pero, una vez más, no es en absoluto la cuestión de la guerra lo que quieren destacar. Lo que ocupa a los partidos hoy en día son sus payasadas en la Asamblea Nacional, la supuesta nacionalización de ArcelorMittal, el compromiso del Partido Socialista con los macronistas, sus posibles alianzas para las municipales, la carrera hacia las presidenciales. Y en lo que respecta a la campaña de las municipales, por supuesto los políticos burgueses no la van a hacer explicando que hay que prepararse para que nuestros hijos se pongan el uniforme y vayan a la guerra en los próximos años, sino que hablan sobre el comedor escolar gratuito, la subvención escolar de inicio de curso o del transporte público...
Nuestra política frente a la guerra
Por nuestra parte, no debemos minimizar la campaña en torno a la marcha hacia la guerra. Más allá de la propaganda, hay una realidad: el estancamiento y la senilidad del sistema capitalista, la rivalidad exacerbada por disputarse los mercados, la decisión de Trump de agravar el proteccionismo, todo ello empuja a la guerra en un momento u otro. Y entonces todo se precipitará. Hay que prepararse para ello.
Debemos apoyarnos en los diversos y múltiples sentimientos que suscita esta preparación, no para restar importancia a la marcha hacia la guerra, sino para convencer de que será una guerra imperialista. Una guerra no para defender “nuestros valores”, “nuestras libertades”, sino por los intereses de los capitalistas franceses (ya que estamos en Francia). Y recordar que “el enemigo principal está en nuestro propio país”. No debemos hacerlo en un sentido pacifista. Denunciamos la restauración del servicio militar porque es un paso más en la preparación para la guerra. Porque el servicio militar siempre ha sido el medio para reclutar a los jóvenes y convertirlos en carne de cañón para la burguesía. No es que rechacemos el uso de las armas y la violencia. Ninguna revolución puede vencer sin el armamento de los trabajadores y el enfrentamiento armado para romper el Estado burgués.
Y no es el hecho de arriesgar la vida lo que hay que denunciar. Que los jóvenes estén dispuestos a comprometerse con una causa más grande que ellos es algo bueno. Pero, ¿por qué causa y detrás de qué líderes? ¿Para perpetuar el orden capitalista y los privilegios de los imperialistas? En el pasado, cuando el servicio militar era obligatorio, nuestros compañeros no intentaban especialmente eludirlo. Muchos podrían haberlo evitado, ya que los estudiantes tenían los medios para aplazar su servicio y sustituirlo por un servicio civil u otro. Pero la organización les aconsejaba más bien que fueran, sobre todo para relacionarse con los proletarios y, de paso, para aprender a manejar las armas.
“De paso”, digo, porque todos los compañeros que hicieron el servicio militar explican que la primera lección del ejército no es aprender a usar las armas, sino aprender la obediencia ciega y los prejuicios patrióticos bajo las órdenes de los mandos. Y otro compañero señaló que los jóvenes traficantes saben muy bien manejar el kaláshnikov sin haber pasado por el servicio militar. La decisión de hacer el servicio militar era coherente con la idea de que los revolucionarios no deben huir de la guerra, no deben huir de la movilización más o menos general que se producirá, sino estar al lado de su clase, tanto en la fábrica como en el ejército.
En cuanto a los jóvenes que se declaran en contra del servicio militar o de la guerra diciendo “conmigo no contarán” o “si hay guerra, me voy al extranjero”, hay que hablar con ellos. Hay que decirles que la solución no puede estar en gestos individuales, si es que son posibles, y que no escaparán más que los demás.
Salvo un levantamiento revolucionario, nada detendrá la apisonadora cuando el Gobierno, el Estado Mayor y los medios de comunicación la pongan en marcha. Así lo demuestran la Primera y la Segunda Guerra Mundial, cuando la conciencia de clase no tenía nada que ver con la actual, cuando existía, en vísperas de 1914, una verdadera corriente antimilitarista impulsada por el movimiento socialista que, hasta la víspera de la guerra, decía que no haría la guerra. Lo vemos, por ejemplo, en Les Damnés de la terre, la novela autobiográfica de Henri Poulaille. Hoy en día, partimos de un punto aún más lejano. Y la diferencia en cuanto a preparación entre la burguesía y nuestro bando no deja de aumentar. Así que sí, hay que reflexionar sobre todo esto. Hay que intentar anticiparse para prepararse moral y políticamente. Cuando la guerra sea inminente, todo esto se acelerará y cambiará por completo. Las condiciones de trabajo, de vida y las libertades públicas cambiarán brutalmente para todo el mundo.
La economía de guerra, la verdadera, es también la militarización de los trabajadores. Por ahora, son los que trabajan para la industria armamentística o los del sector del automóvil, que saben que su fábrica puede reconvertirse en armamentística, los que reflexionan sobre su responsabilidad en una próxima guerra. Pero en un contexto de guerra, todos los trabajadores son reclutados y se convierten en eslabones del aparato bélico, desde los trabajadores temporales que fabrican proyectiles hasta los conductores de tren o los profesores que servirán como agentes de propaganda y reclutamiento para el ejército.
Las condiciones del activismo tampoco tendrán nada que ver. Hoy en día, todavía se puede responder y oponerse al discurso de Mandon con un tuit que cita la letra de La Internacional: “Si estos caníbales se obstinan en convertirnos en héroes, pronto sabrán que nuestras balas son para nuestros propios generales”3. Se puede hacer sin ser perseguido por alta traición. En caso de guerra, esa tranquilidad será cosa del pasado. ¿Cómo se mantendrá la organización, cómo podremos mantener los vínculos militantes, resistiremos contra la ola patriótica? También hay que prepararse para eso. Por ahora, hay que seguir la línea trazada por Trotsky:
“El revolucionario se abre camino con su clase. Si el proletariado es débil, atrasado, el revolucionario se limita a realizar un trabajo discreto, paciente, prolongado y poco brillante, creando círculos, haciendo propaganda, preparando cuadros; con el apoyo de los primeros cuadros que ha creado, consigue agitar a las masas, legal o clandestinamente, según las circunstancias.
Siempre distingue entre su clase y la clase enemiga y solo tiene una política, la que corresponde a las fuerzas de su clase y las refuerza.
El revolucionario proletario, ya sea francés, ruso o chino, considera a los obreros chinos como su ejército, para hoy o para mañana”.
Esta cita está tomada del texto escrito por Trotsky en junio de 1931 en respuesta a la novela Les Conquérants (Los conquistadores) de André Malraux, titulado “De la revolución estrangulada y sus estranguladores”, que se encuentra en La revolución permanente. Trotsky desarrolla en él todo un razonamiento sobre la política criminal de la Internacional Comunista y de Borodine en China; igualmente esa cita, incluso tomada de forma aislada, tiene mucho valor.
1 Ernest Mandel, dirigente y teórico trotskista belga; Alain Krivine, dirigente trotskista francés de la LCR y luego el NPA.
2 Barta, militante trotskista de origen rumano que fundó en Francia durante la Segunda Guerra Mundial la corriente de Lutte ouvriere.
3 Esta parte antimilitarista de la canción no se ha traducido al español en las versiones usadas durante la Guerra Civil, ni tampoco en las que cantan hoy el PCE y el PSOE. No por casualidad…