A continuación traducimos un artículo del periódico trotskista The Spark (28 de abril de 2025), titulado «Cuestiones económicas internacionales».
La guerra comercial actual de Trump no es exclusividad suya. Los aranceles han aumentado en todo el mundo a un ritmo sin precedentes desde la Gran Depresión de la década de 1930. Cuando Biden era presidente, renovó todos los aranceles heredados del primer mandato de Trump, antes de añadir otros nuevos. En cuanto a los demócratas de izquierda, como Bernie Sanders, siempre han acusado al T-MEC1 de acabar con los empleos industriales. Hoy, lo único que los demócratas le reprochan a Trump es que actúe de forma caótica e imponga aranceles de forma demasiado indiscriminada.
Según los políticos y los principales medios de comunicación, los aranceles son una respuesta al hundimiento del empleo manufacturero en el país, al que suelen referirse como desindustrialización. Para ilustrar este declive, evalúan el porcentaje de empleos manufactureros en relación con el resto de la población activa, y analizan cómo ha cambiado esta proporción a lo largo del tiempo.
En realidad, este enfoque es engañoso. No demuestra que el número de puestos de trabajo esté disminuyendo, que es lo que parece sugerir este argumento; ni que la producción industrial esté disminuyendo en el país, que es lo que cree la mayoría de la gente hoy en día. Nada de esto es cierto.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, la producción se disparó. A partir de entonces, aumentó de forma bastante constante, con caídas temporales en épocas de recesión. Este fue el caso en 2008, durante la Gran Recesión, que se caracterizó por una caída significativa. A continuación se produjo una relativa recuperación. En 2020 se produjo otra fuerte caída, debido a los cierres de empresas inducidos por el Covid, seguida de una vuelta al nivel anterior, o incluso ligeramente por encima. No ha habido un crecimiento significativo de la producción industrial desde 2008, una clara señal de que la crisis se está agravando.
La producción industrial real es hoy diez veces superior a la de finales de la Segunda Guerra Mundial. Es el doble de la de 1980. Durante todo este período se nos ha dicho que la producción estaba en caída libre, que Estados Unidos se ahogaba en importaciones, que ya no se fabricaba nada en este país, que todo se fabricaba en Japón, China o México... Sin embargo, la producción industrial real no ha dejado de crecer.
Aumenta la producción, disminuye el empleo
No pretendemos pintar un cuadro halagüeño al decir eso. No se trata de decir que todo es para bien, cuando la situación es catastrófica. Lo es. Se ha producido una desindustrialización a gran escala. Regiones enteras han sido devastadas. Pero la verdadera razón es el funcionamiento caótico del capitalismo.
La mayoría de las pérdidas de empleo en la industria siderúrgica están relacionadas con el cambio tecnológico. Los grandes complejos siderúrgicos han sido sustituidos por plantas más pequeñas que funcionan con hornos de arco eléctrico. Al mismo tiempo, se cierran plantas siderúrgicas en un lugar y se abren otras en otro, y se han perdido nueve décimas partes de los puestos de trabajo en la siderurgia.
Hay muy poca extracción de carbón. En su lugar, máquinas gigantes atacan las cimas de las montañas, y otras máquinas gigantes extraen enormes cantidades de carbón de minas a cielo abierto, destruyendo la mayoría de los empleos mineros.
Los tres fabricantes de automóviles de Detroit han renunciado al monopolio del mercado automovilístico estadounidense para concentrarse en los sectores más rentables del mercado. Como consecuencia, los coches los producen ahora fabricantes controlados por empresas asiáticas o europeas, pero en otras partes del país. Al mismo tiempo, las empresas automovilísticas han empezado a subcontratar tareas que antes hacían ellas mismas, y estos subcontratistas a veces operan en la misma fábrica que los trabajadores del cliente, pero con salarios y condiciones laborales muy inferiores. Además, el trabajo ya no se realiza en un solo país, sino en todo el mundo, con una división internacional del trabajo. Las empresas desplazan constantemente el trabajo y la mano de obra, destruyendo millones de puestos de trabajo.
Se podría continuar la lista. Industrias antiguas mueren o se trasladan al extranjero. Pero son reemplazadas por otras. Puede que haya menos industria ligera, como la textil, pero hay más industria de alta tecnología, aeronáutica, armamento, máquinas de imagen médica, máquinas-herramienta, etcétera.
Hay una constante en este caos: el aumento de la productividad. Se realiza más trabajo con menos trabajadores. Desde 1945, la producción por trabajador se ha multiplicado por cuatro o cinco. En otras palabras, un trabajador produce hoy tanto como cinco trabajadores en 1945.
El aumento de la productividad no ha beneficiado a los trabajadores
Pero los trabajadores no se han beneficiado de estos aumentos de productividad.
Por supuesto, las condiciones de vida mejoraron después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la patronal intentó comprar la paz social frente a una clase obrera que aún conservaba tradiciones de huelgua y frente a un gigantesco movimiento de la población negra, es decir, la fracción más oprimida de la clase obrera. Pero esta mejora fue temporal. Coincidió con un breve período tras la Segunda Guerra Mundial en el que la economía siguió creciendo para compensar todas las destrucciónes causadas por la guerra. Pero todos estos logros se esfumaron en cuanto comenzó la crisis económica de los años setenta.
Los capitalistas han utilizado los aumentos de productividad contra los trabajadores, imponiendo más desempleo y de mayor duración, empeorando las condiciones de trabajo. Millones de trabajadores han visto sus vidas destrozadas, lo que ha provocado un mayor desemparo social, una agravación de las llagas de la sociedad y una disminución de la esperanza de vida.
Esta situación no es exclusiva de Estados Unidos. El mismo proceso está ocurriendo en todo el mundo, incluso en China, un país celebrado como campeón de la industria y las exportaciones. Un artículo del New York Times del 17 de abril de 2025, sobre la situación de los trabajadores en China, informaba: «Para los trabajadores chinos, la seguridad financiera nunca ha estado tan fuera de su alcance». Como consecuencia, una proporción cada vez mayor de la mano de obra china tiene que recurrir a empleos tipo Uber para sobrevivir, como repartir comidas o conducir coches con chófer (VTC). Según el artículo, esto ya representaba a 200 millones de personas en 2020, y esta cifra se ha disparado desde entonces.
Tanto si los trabajadores viven en un país que importa como en uno que exporta más, su nivel de vida siempre se ve laminado por la clase capitalista. Nada de esto es normal en términos humanos. Pero es el funcionamiento normal del sistema capitalista.
El ejército de los parados
Así describía Marx el destino de los trabajadores atrapados en la constante reconfiguración de la producción en la década de 1860:
"Los trabajadores rechazados de un tipo de industria pueden sin duda buscar empleo en otra [...]. Pero sus posibilidades siguen siendo muy precarias.
Aparte de su ocupación anterior, estos hombres, atrofiados por la división del trabajo, sirven para poco y sólo encuentran acceso a empleos inferiores, mal pagados y, por su misma simplicidad, siempre atestados de candidatos.
Por otra parte, cada industria [...] atrae anualmente una nueva corriente de hombres que le aportan el contingente necesario para suplir las fuerzas agotadas y abastecer las fuerzas excedentes que requiere su desarrollo regular. Desde el momento en que la máquina rechaza del oficio o de la fábrica a una parte de los obreros empleados anteriormente, este nuevo flujo de reservistas industriales se desvía de su destino y se descarga progresivamente en otras industrias, pero las primeras víctimas sufren y perecen durante el período de transición "2.
Estas líneas podrían haberse escrito para describir lo que les está ocurriendo a los trabajadores hoy en día. No hay tregua en la guerra de clases que los capitalistas libran contra la clase obrera. Pero la gran diferencia es que, cuando Marx escribía, el desarrollo del capitalismo estaba aumentando las fuerzas productivas, sentando las bases materiales para una sociedad comunista, aunque de forma bárbara. Lo que ocurre hoy es mucho peor, porque el sistema capitalista hace tiempo que ha dejado de desempeñar su papel positivo, para hundirse en la barbarie.
Hoy, el Estado y los medios de comunicación afirman falsamente que las supresiones de empleos, sobre todo en el sector manufacturero, se debe a las mentiras y a la deslealtad de otros países. Así justifican sus aumentos de aranceles y su guerra comercial. Quieren que los trabajadores olviden la guerra de clases y apoyen su guerra económica. Quieren convencer a la población de que les interesa no sólo apoyar esta guerra, sino hacer sacrificios, aceptar precios más altos, más desempleo, peores condiciones de vida.
Y en el futuro, los capitalistas cuentan con que los obreros den su vida en una guerra en sentido propio. En otras palabras, quieren que los trabajadores se sacrifiquen por los intereses de sus esclavistas, de sus verdugos. Esta es la base de toda la propaganda de los medios de comunicación, los políticos, los economistas y los aparatos sindicales. Si los trabajadores lo aceptan, correrán hacia su propia ruina, encadenados a sus capitalistas.
El mundo es cada vez más estrecho para ellos. Las capacidades productivas son demasiado grandes, masas de dinero compiten por muy pocas inversiones productivas. El conflicto entre los grupos capitalistas es cada vez más amenazador y más violento.
El camino a la guerra empieza por la economía
La carrera hacia la guerra no es exactamente la misma que las que condujeron a las dos guerras mundiales. Aquellas guerras se libraron entre potencias imperialistas para decidir quién sería el líder. En 1918, Estados Unidos ya era la potencia imperialista más poderosa. Pero solo estaban empezando a imponer su dominio sobre las otras potencias imperialistas. Al final de la Segunda Guerra Mundial, este proceso se había completado. El imperialismo estadounidense ya se había establecido como la superpotencia imperial predominante e indiscutible.
Durante todo un período, esta dominación impidió que estallaran los conflictos y la competencia entre las diversas potencias imperialistas, aunque esta competencia se manifestara a menudo de otras maneras, indirectamente, en los países pobres y subdesarrollados. Este período ha sido celebrado por los defensores del liberalismo como un periodo de supuesta paz, aunque nunca hubo paz.
La agravación de estos conflictos, muchos de los cuales son guerras perpetuas, como las guerras en el Medio Oriente, el aumento del número de víctimas y refugiados que huyen de estas guerras, atestiguan el colapso y la putrefacción de este orden imperialista.
Ahora, exacerbados por el empeoramiento de la guerra comercial, los conflictos entre Estados Unidos y las diversas potencias imperialistas, así como con Rusia y China, están saliendo a la luz, y los preparativos para la guerra vuelven a acelerarse, tanto aquí como en otros lugares.
No sabemos de antemano cómo será esta guerra, cómo se alinearán los bandos o con qué rapidez y hasta qué punto se desarrollará. Pero sí sabemos que el potencial de destrucción y muerte es mucho mayor que nunca. Los avances rápidos de la ciencia y la tecnología, en manos de la clase capitalista, sólo tiende a producir artefactos de muerte y destrucción cada vez más horribles.
El 1 de noviembre de 1914, al comienzo de la primera guerra imperialista, Lenin escribió: «El imperialismo pone en juego el destino de la cultura europea. Después de esta guerra, si no se produce una serie de revoluciones, vendrán otras guerras: el cuento de hadas de «la última de las últimas» es un cuento vacío y pernicioso...»3
En 1940, Trotsky escribía: «¡Trabajadores, recordad esta predicción! La guerra actual —la segunda guerra imperialista— no es un accidente, ni es el resultado de la voluntad de tal o cual dictador. […] Su origen deriva inexorablemente de las contradicciones de los intereses capitalistas internacionales. Contrariamente a las fábulas oficiales destinadas a engañar el pueblo, la causa principal de la guerra, al igual que otros males sociales —el desempleo, el alto costo de la vida, el fascismo, la opresión colonial— es la propiedad privada de los medios de producción y el Estado burgués que se basa en estos fundamentos».
Los trabajadores pueden tomar el control
Pero Trotsky también veía una salida a este desastre: «Con el nivel actual de tecnología y cualificación de los trabajadores, es perfectamente posible crear las condiciones adecuadas para el desarrollo material y espiritual de toda la humanidad. Solo habría que organizar la vida económica en cada país y en todo nuestro planeta de manera justa, científica y racional, de acuerdo con un plan general. […] El poder del Estado y el dominio de la economía solo pueden ser arrebatados de las manos de estas camarillas imperialistas rapaces por la clase obrera revolucionaria».
Esta perspectiva es aún más valiosa hoy en día, cuando el capitalismo condena a la mayor parte de la humanidad a una existencia bárbara.
28/04/2025
1Tratado entre México, Estados unidos y Canadá, 1994.
2Karl Marx, El Capital, Capítulo 15, «Maquinismo y gran industria», sección VI, «Teoría de la compensación».
3Esta cita y las siguientes están extraídas del Manifiesto de la IV Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial de León Trotsky, conocido como Manifiesto de alarma, sección 2: «Lenin y el imperialismo». Fue adoptado en la Conferencia de emergencia de la Cuarta Internacional, 19 y 26 de mayo de 1940, texto publicado en el Socialist Appeal, 29 de junio de 1940.